La soledad le había dado el poder para detectar las cosas rotas. Por eso decidió desprenderse de él. Y por mucho que el barco fuera a hundirse sin capitán, el ancla estaba levantada.
Ni siquiera se preguntó por qué había tomado ese autobús huyendo de sus demonios mientras la lluvia le revolvía el estómago.
Nadie la miró cuando abrió el bolso y rebuscó en él la paz anhelada por los descorazonados. Y cuando la última pastilla descendió por su garganta, lo único que pudo leer fue emergencia de salida.
domingo, 27 de abril de 2014
Línea 42.
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Es curioso. Estaba a punto de decirme a mí mismo que, por una vez, el relato no me había dicho demasiado... y entonces leí la última frase ("Y cuando la pastilla..."). Y me he quedado como... "Guau. Menudo shock".
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