viernes, 22 de marzo de 2013

Aquella tarde en el circo. (Big Fish)

"Dicen que cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se para...Y es verdad. Lo que no dicen es que cuando vuelve a ponerse en marcha, se mueve aún más rápidamente, para recuperar el tiempo perdido." Big Fish (2003)



Conocí a Sandra Templeton por casualidad. Aunque la casualidad es en realidad el nombre que utilizamos para nombrar al destino. Un destino que viene fijado desde el momento en el que nacemos, y aunque tratemos de cambiar, no podemos.
Sea así o no, el hecho es que desde el primer momento que la vi supe que se convertiría en mi esposa. Y que si no era así, permanecería solo el resto de mi vida.

Sandra era la mujer más bella que había visto jamás. Tenía la melena corta y ondulada, y su pelo era de un rubio resplandeciente, tanto, que el mismo Sol se veía eclipsado ante su luz.
Su mirada, era capaz de transmitir miles de emociones con tan sólo pestañear. Me tenía totalmente encandilado.

Aquel día en el circo, cuando nuestras miradas se encontraron por primera vez, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Como si hubiera alcanzado las puertas del cielo, y a partir de ese instante tuviera la certeza de que a su lado iba a ser feliz para siempre.
Ella, llevaba un vestido azul, que combinaba a la perfección con su tez pálida.
Con su grácil caminar, interpretaba una melodía que podría estar escuchando durante siglos. Una canción que no me importaría bailar siempre y cuando ella fuera quién la interpretara.

Aquella tarde, entre los curiosos personajes que se pueden encontrar en un circo, descubrí mi rayo de luz en mitad de la oscuridad, y desde luego fue el mejor instante de mi ajetreada vida. Porque el tiempo nos puso en sintonía. En el día correcto, la ahora adecuada y el momento perfecto. Por un segundo sólo existimos ella y yo.

Con el tiempo supe, que no me equivocaba. Y que resultó ser la persona más maravillosa que jamás conocí y conoceré. Estoy seguro de que nunca hubo ni habrá otra mujer tan perfecta como ella.

martes, 19 de marzo de 2013

Nothing Left To Lose

Lanzó las copas al suelo.
Cayeron fragmentándose en miles de pequeños trozos afilados.
Lanzó los platos contra la pared.
Uno a uno, los de sopa, los planos, los de las cenas con amigos, los más desgastados. Todos estallaron contra las baldosas de la cocina.
Lanzó los cubiertos.
Rebotaron contra el suelo, y se mezclaron con la porcelana y el cristal.

Cuando no hubo nada más que romper a su alrededor, se hizo un ovillo en una esquina de la habitación.
Tiritando.
Entre sollozos alcanzó uno de los fragmentos de cristal, que observó implorando perdón a lo que iba a hacer.
Comenzó entonces a dibujar un lienzo sobre su piel, como única tinta, su sangre.
Líneas verticales, horizontales y en diagonal. Dibujó el mapa de su destino sin reparar en las consecuencias.

«Ya estoy rota, total, por un poco más.»

El pulso ya no le temblaba. La adrenalina de ver fluir su propia sangre la consumía.
Todos sus secretos a la luz.
El odio y la ira.
El dolor.
Aquel dolor del que todos hablan pero nadie conoce. Aquel dolor que ahora se podía tocar con las yemas de los dedos.

«¿Por qué me estoy haciendo esto?»

Arrepentirse ya no era una opción. El peso de una vida, que ya no le pertenecía.

Se tumbó sobre lo que quedaba de ella. Cerró los ojos, y por ese instante, fue feliz.