"Dicen que cuando conoces al amor
de tu vida, el tiempo se para...Y es verdad. Lo que no dicen es que
cuando vuelve a ponerse en marcha, se mueve aún más rápidamente,
para recuperar el tiempo perdido." Big Fish (2003)
Conocí a Sandra Templeton por
casualidad. Aunque la casualidad es en realidad el nombre que
utilizamos para nombrar al destino. Un destino que viene fijado desde
el momento en el que nacemos, y aunque tratemos de cambiar, no
podemos.
Sea así o no, el hecho es que desde el
primer momento que la vi supe que se convertiría en mi esposa. Y que
si no era así, permanecería solo el resto de mi vida.
Sandra era la mujer más bella que
había visto jamás. Tenía la melena corta y ondulada, y su pelo era
de un rubio resplandeciente, tanto, que el mismo Sol se veía
eclipsado ante su luz.
Su mirada, era capaz de transmitir
miles de emociones con tan sólo pestañear. Me tenía totalmente
encandilado.
Aquel día en el circo, cuando nuestras
miradas se encontraron por primera vez, me sentí el hombre más
afortunado del mundo. Como si hubiera alcanzado las puertas del
cielo, y a partir de ese instante tuviera la certeza de que a su lado
iba a ser feliz para siempre.
Ella, llevaba un vestido azul, que
combinaba a la perfección con su tez pálida.
Con su grácil caminar, interpretaba
una melodía que podría estar escuchando durante siglos. Una canción
que no me importaría bailar siempre y cuando ella fuera quién la
interpretara.
Aquella tarde, entre los curiosos
personajes que se pueden encontrar en un circo, descubrí mi rayo de
luz en mitad de la oscuridad, y desde luego fue el mejor instante de mi
ajetreada vida. Porque el tiempo nos puso en sintonía. En el día correcto, la
ahora adecuada y el momento perfecto. Por un segundo sólo existimos
ella y yo.
Con el tiempo supe, que no me
equivocaba. Y que resultó ser la persona más maravillosa que jamás
conocí y conoceré. Estoy seguro de que nunca hubo ni habrá otra
mujer tan perfecta como ella.