lunes, 28 de octubre de 2013

.271013

Amar nos quemaba y mira si me corrompía que acabé matando flores para comprobar si me querías.
Y así me quedé varios días, desojando margaritas. Soñando con tus ojos, anhelando tu sonrisa...

domingo, 29 de septiembre de 2013

Soledad en Mi Menor.


Los domingos siempre fueron un día malo. 
Cuando la pequeña niña corría ondeando su melena rubia. Con un lazo más grande que su sonrisa, se acercaba y le gritaba a las hormigas.
Cuando el cielo estaba nublado y olía a chicle.
Cuando todavía me mirabas y la Luna brillaba más que el Sol.
Cuando respirar era fácil y no me faltabas .

domingo, 30 de junio de 2013

Mis suspiros malditos.

-Creo que acabo de destrozar a una persona que me importa.- susurré.

En ese preciso momento comencé a reírme. Un risa profunda y confusa. Con toques maniacos pero sin perder la adorabilidad que raramente me caracterizaba.
"Estúpida. Ni siquiera me importas. Sonríe. A nadie le importa como estás."

Me limpié la cara a conciencia y dejé que unas gotas de colirio me resbalaran por el lagrimal. Me nublaron la vista (que no la mente) por un momento, y supe que el día iba a ser una completa y absoluta mierda. (Para qué andarse con rodeos). Cogí la chaqueta que colgaba de la silla y me la puse.
"Esa no."
Me la quité.
Cogí la de aspecto vaquero. Bolso negro y zapatillas. Las llaves en la mano y el alma en los pies. El trabajo me esperaba.

Trabajaba en una biblioteca, por lo que el día a día se reducía a ordenar viejos tomos, teclear frente a una pantalla y rara vez mantener una fugaz conversación con algún anciano perdido o adolescentes engreídos en busca de best-sellers sobrevalorados, de los que obviamente no disponíamos en la biblioteca.

En este punto de la historia os preguntaréis por qué con esta vida de mierda no me he suicidado todavía. O si vivo con quince gatos, amargada y condenada a la soltería.
Lo primero no lo se ni yo.
Lo segundo, me parecen animales absurdos, ariscos y desagradecidos.
Como habréis deducido, sólo me tengo a mí. En la soledad fui capaz de construir mi felicidad.
Aunque bueno, no fue así del todo.

Estaba ella.

Sí, ella formaba parte de mi vida. No sé muy bien cuando apareció y si vino con intención de quedarse. El caso es que no podía deshacerme de ella.

Mi médico la llamaba Ansiedad.
Mi ex, Locura.
Yo la llamaba Verdad, porque era la única que se atrevía a decirme lo que todos pensaban pero nadie decía. Nunca descansaba. Aquella voz siempre estaba dispuesta a ofrecer un punto de vista oscuro y hasta cierto punto, horrible y desgarrador.
"Deja de pensar y trabaja de una puta vez."
Había olvidado mencionar que tenía un lenguaje un tanto soez, y que por supuesto, criticaba todo y a todos.

Me ausenté de mi puesto de trabajo y fui al baño a lavarme la cara para despejarme. Los baños de la biblioteca no estaban mal, tal vez demasiado limpios para el barrio en el que nos encontrábamos.

"Mírate. Das asco."

Intentaba ignorarla. Constantemente.

"Joder, mírate."

Levanté la cabeza y observé mi reflejo en el gran espejo situado sobre los lavabos. Estaba a punto de llorar sin saber ni siquiera el motivo.

-Vete. Vete. Vete. No eres real. Eres una alucinación. Vete. No puedo escucharte. No eres real.- repetí ante mi reflejo con incredulidad y voz temblorosa.

"Yo lo intenté. Tú no. Fui yo quién se hundió. Tú no. Te fuiste. Yo todavía no lo he hecho."

-¿Qué? ¿Irme? No me he ido. Estoy aquí.-grité- Tú debes irte. No eres real. No puedes hundirte...-mi voz se entrecortó- No eres real.

No podía más. Siempre el mismo juego de palabras sin significado. Necesitaba hacer que se callase. Y la única forma era ir a casa y atiborrarme a pastillas. Era lo único que podía hacer en estas situaciones. Dormir. Dormir eternamente con suerte.

Antes de abandonar el baño, apareció mi compañera. Una mujer de mediana edad, bastante sensata y con pintas de ama de casa. Si esto fueran los años cincuenta, estaría en contra de que las mujeres llevaran pantalones. Os hacéis a la idea. De cualquier manera, se acercó y me miró con preocupación, como a un niño que acaba de caerse en el parque:

-Sara, ¿estás bien?

Balbuceé. No estaba nada bien.

-Me duele un poco la cabeza. ¿Te importa si me cojo la mañana libre? Te lo compensaré.

Se aproximó más y me puso una mano sobre el hombro.

-Estás escuchando voces otra vez, ¿verdad?-dijo con suavidad, como si temiera pronunciar esas palabras.
Desde que el médico me recomendó ir al psiquiatra, parecía que llevara en la frente un cartel con la palabra loca escrita en mayúsculas.

"Miéntele."

-No.

-Pero antes, estabas hablando sola... Estoy preocupada. Sabes que puedes confiar en mí.

"Cállale la puta boca a esta tía."

-Basta.

-¿Sara?

-Estoy bien. Déjame, por favor. Sólo necesito dormir.

"Esto es más patético de lo que pensaba. No te arrastres así, joder."

-Como quieras, pero tal vez necesitas ayuda.- La preocupación en su rostro era visible.

Mientras, me debatía en una vorágine de ideas de la que era imposible escapar. Un círculo vicioso retroalimentado por la ira y el odio.

"No olvides tu autoestima de mierda."

Exploté. Y grité. Grité como nunca había gritado. (Muy irónico porque seguíamos en una biblioteca.) Había alcanzado mi tope de paciencia y cordura. Seguidamente me eché a correr. Necesitaba llegar a casa. Tenía que hacer que se callase. Mi compañera me seguía, intentando alcanzar mi paso, pero sin éxito.

Fue entonces cuando la voz, de forma heroica y probablemente en favor de su propia existencia, se alzó por encima de mis propios pensamientos (que no dejaban de ser ella) y me alertó de que estaba en medio de la carretera.
Un acto en vano, porque cuando me quise dar cuenta, estaba tendida en el suelo sobre un charco de mi propia materia.

Sonreí.

Por fin reinaba el silencio en mi cabeza. Lo que tanto había esperado. Por lo que llevaba soñando durante meses. Sin embargo, la felicidad se esfumó de un plumazo, pues sin ella, claramente faltaba una parte de mí.

Deseé en ese momento no seguir viv

martes, 18 de junio de 2013

Una noche más.

¿Cómo hablar cuando en tu cabeza sólo tienes palabras aleatorias carentes de significado?
Y peor aún, ¿cómo escribir?

Así me sentía cada noche. Abrigado a la luz de un flexo cuya incandescencia hacía que te saltaran las lágrimas. Me sentaba frente al escritorio, con la mirada perdida como era de costumbre, y me limitaba a teclear de forma impasible, historias planas. Absurdas. Carentes de cualquier valor literario.
Cada noche, lloraba frente a una pila de folios arrugados, donde todo lo que realmente quería escribir nunca salía a la luz. Siempre se me atragantaban las cosas importantes. Lo que de verdad merecía la pena y no estas estupideces.

Las noches de lluvia eran mis preferidas. Asomaba la cabeza por la ventana como un perro en su primer viaje en coche, sentado en el asiento delantero. Dejaba que la lluvia empapara mis ideas y lavara los errores. Cuando por fin me serenaba, volvía al escritorio, y seguía tecleando. Como una máquina inerte, sin corazón, que hace lo que le ordenan.

Nunca se me ocurrió pensar que estaba mal otra vez.
Debe ser que los locos nunca piensan en sus locuras.

Sea como fuera, el pasado galopaba tras de mí. Cada vez más cerca. Los recuerdos eran nítidos y los tormentos ocupaban mi mente. Pero no podía escapar. Esta vez yo iba montado en el caballo del malo, el que siempre corre menos.

miércoles, 24 de abril de 2013

A Certain Romance.

Miradas que se cruzan.
La necesidad de encontrarte en ojos ajenos.
Un par de sonrisas furtivas.
Ese era mi día a día en el tren.
El suave traqueteo me mecía cada mañana durante cien largos kilómetros.
Avistaba el amanecer a través del fino cristal, dejándome caer sobre él hasta que mis mejillas se enfriaban tanto que tenía que apartar el rostro.
Siempre viajaba sola. Con la única compañía de mis recuerdos, mis sueños y mis esperanzas, perdidas ahora en las vías.

Volví a verle. Enfundado en su traje de seda. Negro e impoluto, parecía un hombre de negocios, aunque su maletín de piel, ya raído por el tiempo y el uso, mostraba que no era alguien importante. Nos separaban unas filas de asientos, sin embargo, le sentía cerca. Algo de él me hacía sentir segura. Quizá fuera su pelo ligeramente despeinado, o sus profundos ojos castaños. Tal vez fueran sus manos, grandes y a la vez delicadas. O simplemente era porque él sería la única persona que permitiría entrar en mi vida.
Le miré una vez más antes de perderme en mi propio reflejo.

Un amanecer más.
El mismo viaje. El mismo tren.
La misma gente hacia sus trabajos.
La misma chica estúpida, con pájaros en la cabeza y perdida entra las densas nubes.
El mismo chico trajeado.
Pero esta vez, para mi sorpresa, se sentó enfrente mío. No pude evitar advertir en él una expresión de felicidad que no había visto antes. Tenía la mirada fija en su teléfono móvil, y tecleaba con avidez.
Aproveché el momento para escrutar su rostro con mayor precisión. Tenía unas ligeras arrugas de expresión en la frente y en la comisura de los labios. Parecía más mayor de lo que había imaginado, seguramente un par de años mayor que yo.
Irradiaba optimismo.
Levantó la mirada y me vio, observándole directamente a los ojos. Sonrío y volvió a bajar la cabeza, esperando impacientemente una respuesta en su teléfono.
Entonces advertí que llevaba un alianza en su mano derecha.

Me levanté y fui hasta el vagón cafetería, donde al amparo de un café, me dediqué a observar el paisaje hasta llegar a mi destino.

martes, 23 de abril de 2013

La noche se vuelve a encender.

Me miró de lado, dejando que la luna iluminara su rostro. Sacó un cigarrillo y se lo deslizó por los labios. Lo miraba hipnotizada. Me sentía atraída por esa extraña soledad que desprendía.
Dio una calada y expulsó el humo con un suspiro.

-No te engañes, ambos sabemos que a mi funeral irán mis padres y no mis hijos.

Apartó la mirada y esta se perdió en el horizonte. Entonces, alargué la mano y le acaricié el rostro suavemente, palpando su barba mal afeitada. Poco a poco le acerqué hacia mí.

-No te das cuenta, pero sería capaz de quemar la ciudad si eso te hiciera sonreír.

No me contestó. Se limitó a encender otro cigarrillo.

-Cualquier cosa con tal de que fueras feliz...- dije entre susurros inaudibles

Sin mediar palabra, acercó la cajetilla hasta mí y yo acepté su oferta.
Continuamos fumando a la luz de la luna, eclipsados por la magia de la noche. Las palabras no eran necesarias. Ambos sabíamos que hacíamos a esas horas en aquel lugar.
El silencio que nos envolvía a penas se veía afectado por el ruido de algún motor perdido en la distancia. El alba se acercaba, y pese a haber pasado toda la noche juntos, estábamos más lejos que nunca. Ese muro de secretos y tristeza se volvía infranqueable.

Cuando el Sol se hizo protagonista, se incorporó del suelo y me ofreció su mano a modo de ayuda. Una vez de pie, y antes de que pudiera reaccionar, me tenía entre sus brazos. Sin inmutarme, me dejé abrazar. Podía notar su respiración en mi cuello, sus brazos alrededor de mi cintura.
Una muestra de que todo no estaba perdido, o tal vez una despedida.
De cualquier manera y por primera vez en mucho tiempo, me sentí querida.

jueves, 4 de abril de 2013

Adicción.

Párate a pensar sólo un instante.
El mundo está lleno de adicciones. Tantas, que cuesta creerlo. Tabaco, alcohol, drogas, sexo... Pero no son las únicas, practicamente todo lo que nos gusta o llega a gustarnos puede convertirse en una. Y eso nos asusta.

A través de ellas buscamos una felicidad momentánea, aquello que llaman euforia. Conseguir que todos nuestros problemas se evaporen y alcancemos esa ansiada felicidad.

Lo más difícil de una adicción, es sin duda, superarla. Y para ello, se necesita mucho más que voluntad o buenas intenciones. El éxito reside en querer con todas tus fuerzas mejorar y dejarla atrás.
El problema viene cuando esa adicción se convierte en una obsesión, y ya no puedes dominarla, pues es a ti, y solamente a ti, a quién maneja como una marioneta. Ese es el momento en el que sólo vives para y por tu adicción.

Para superarla, es necesario haber tocado fondo. Reconocer  que esa no es la solución a nuestros problemas, aunque ¿cómo sabes que has tocado fondo, si dejarlo duele mucho más que la propia adicción?

viernes, 22 de marzo de 2013

Aquella tarde en el circo. (Big Fish)

"Dicen que cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se para...Y es verdad. Lo que no dicen es que cuando vuelve a ponerse en marcha, se mueve aún más rápidamente, para recuperar el tiempo perdido." Big Fish (2003)



Conocí a Sandra Templeton por casualidad. Aunque la casualidad es en realidad el nombre que utilizamos para nombrar al destino. Un destino que viene fijado desde el momento en el que nacemos, y aunque tratemos de cambiar, no podemos.
Sea así o no, el hecho es que desde el primer momento que la vi supe que se convertiría en mi esposa. Y que si no era así, permanecería solo el resto de mi vida.

Sandra era la mujer más bella que había visto jamás. Tenía la melena corta y ondulada, y su pelo era de un rubio resplandeciente, tanto, que el mismo Sol se veía eclipsado ante su luz.
Su mirada, era capaz de transmitir miles de emociones con tan sólo pestañear. Me tenía totalmente encandilado.

Aquel día en el circo, cuando nuestras miradas se encontraron por primera vez, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Como si hubiera alcanzado las puertas del cielo, y a partir de ese instante tuviera la certeza de que a su lado iba a ser feliz para siempre.
Ella, llevaba un vestido azul, que combinaba a la perfección con su tez pálida.
Con su grácil caminar, interpretaba una melodía que podría estar escuchando durante siglos. Una canción que no me importaría bailar siempre y cuando ella fuera quién la interpretara.

Aquella tarde, entre los curiosos personajes que se pueden encontrar en un circo, descubrí mi rayo de luz en mitad de la oscuridad, y desde luego fue el mejor instante de mi ajetreada vida. Porque el tiempo nos puso en sintonía. En el día correcto, la ahora adecuada y el momento perfecto. Por un segundo sólo existimos ella y yo.

Con el tiempo supe, que no me equivocaba. Y que resultó ser la persona más maravillosa que jamás conocí y conoceré. Estoy seguro de que nunca hubo ni habrá otra mujer tan perfecta como ella.

martes, 19 de marzo de 2013

Nothing Left To Lose

Lanzó las copas al suelo.
Cayeron fragmentándose en miles de pequeños trozos afilados.
Lanzó los platos contra la pared.
Uno a uno, los de sopa, los planos, los de las cenas con amigos, los más desgastados. Todos estallaron contra las baldosas de la cocina.
Lanzó los cubiertos.
Rebotaron contra el suelo, y se mezclaron con la porcelana y el cristal.

Cuando no hubo nada más que romper a su alrededor, se hizo un ovillo en una esquina de la habitación.
Tiritando.
Entre sollozos alcanzó uno de los fragmentos de cristal, que observó implorando perdón a lo que iba a hacer.
Comenzó entonces a dibujar un lienzo sobre su piel, como única tinta, su sangre.
Líneas verticales, horizontales y en diagonal. Dibujó el mapa de su destino sin reparar en las consecuencias.

«Ya estoy rota, total, por un poco más.»

El pulso ya no le temblaba. La adrenalina de ver fluir su propia sangre la consumía.
Todos sus secretos a la luz.
El odio y la ira.
El dolor.
Aquel dolor del que todos hablan pero nadie conoce. Aquel dolor que ahora se podía tocar con las yemas de los dedos.

«¿Por qué me estoy haciendo esto?»

Arrepentirse ya no era una opción. El peso de una vida, que ya no le pertenecía.

Se tumbó sobre lo que quedaba de ella. Cerró los ojos, y por ese instante, fue feliz.