miércoles, 24 de abril de 2013

A Certain Romance.

Miradas que se cruzan.
La necesidad de encontrarte en ojos ajenos.
Un par de sonrisas furtivas.
Ese era mi día a día en el tren.
El suave traqueteo me mecía cada mañana durante cien largos kilómetros.
Avistaba el amanecer a través del fino cristal, dejándome caer sobre él hasta que mis mejillas se enfriaban tanto que tenía que apartar el rostro.
Siempre viajaba sola. Con la única compañía de mis recuerdos, mis sueños y mis esperanzas, perdidas ahora en las vías.

Volví a verle. Enfundado en su traje de seda. Negro e impoluto, parecía un hombre de negocios, aunque su maletín de piel, ya raído por el tiempo y el uso, mostraba que no era alguien importante. Nos separaban unas filas de asientos, sin embargo, le sentía cerca. Algo de él me hacía sentir segura. Quizá fuera su pelo ligeramente despeinado, o sus profundos ojos castaños. Tal vez fueran sus manos, grandes y a la vez delicadas. O simplemente era porque él sería la única persona que permitiría entrar en mi vida.
Le miré una vez más antes de perderme en mi propio reflejo.

Un amanecer más.
El mismo viaje. El mismo tren.
La misma gente hacia sus trabajos.
La misma chica estúpida, con pájaros en la cabeza y perdida entra las densas nubes.
El mismo chico trajeado.
Pero esta vez, para mi sorpresa, se sentó enfrente mío. No pude evitar advertir en él una expresión de felicidad que no había visto antes. Tenía la mirada fija en su teléfono móvil, y tecleaba con avidez.
Aproveché el momento para escrutar su rostro con mayor precisión. Tenía unas ligeras arrugas de expresión en la frente y en la comisura de los labios. Parecía más mayor de lo que había imaginado, seguramente un par de años mayor que yo.
Irradiaba optimismo.
Levantó la mirada y me vio, observándole directamente a los ojos. Sonrío y volvió a bajar la cabeza, esperando impacientemente una respuesta en su teléfono.
Entonces advertí que llevaba un alianza en su mano derecha.

Me levanté y fui hasta el vagón cafetería, donde al amparo de un café, me dediqué a observar el paisaje hasta llegar a mi destino.

martes, 23 de abril de 2013

La noche se vuelve a encender.

Me miró de lado, dejando que la luna iluminara su rostro. Sacó un cigarrillo y se lo deslizó por los labios. Lo miraba hipnotizada. Me sentía atraída por esa extraña soledad que desprendía.
Dio una calada y expulsó el humo con un suspiro.

-No te engañes, ambos sabemos que a mi funeral irán mis padres y no mis hijos.

Apartó la mirada y esta se perdió en el horizonte. Entonces, alargué la mano y le acaricié el rostro suavemente, palpando su barba mal afeitada. Poco a poco le acerqué hacia mí.

-No te das cuenta, pero sería capaz de quemar la ciudad si eso te hiciera sonreír.

No me contestó. Se limitó a encender otro cigarrillo.

-Cualquier cosa con tal de que fueras feliz...- dije entre susurros inaudibles

Sin mediar palabra, acercó la cajetilla hasta mí y yo acepté su oferta.
Continuamos fumando a la luz de la luna, eclipsados por la magia de la noche. Las palabras no eran necesarias. Ambos sabíamos que hacíamos a esas horas en aquel lugar.
El silencio que nos envolvía a penas se veía afectado por el ruido de algún motor perdido en la distancia. El alba se acercaba, y pese a haber pasado toda la noche juntos, estábamos más lejos que nunca. Ese muro de secretos y tristeza se volvía infranqueable.

Cuando el Sol se hizo protagonista, se incorporó del suelo y me ofreció su mano a modo de ayuda. Una vez de pie, y antes de que pudiera reaccionar, me tenía entre sus brazos. Sin inmutarme, me dejé abrazar. Podía notar su respiración en mi cuello, sus brazos alrededor de mi cintura.
Una muestra de que todo no estaba perdido, o tal vez una despedida.
De cualquier manera y por primera vez en mucho tiempo, me sentí querida.

jueves, 4 de abril de 2013

Adicción.

Párate a pensar sólo un instante.
El mundo está lleno de adicciones. Tantas, que cuesta creerlo. Tabaco, alcohol, drogas, sexo... Pero no son las únicas, practicamente todo lo que nos gusta o llega a gustarnos puede convertirse en una. Y eso nos asusta.

A través de ellas buscamos una felicidad momentánea, aquello que llaman euforia. Conseguir que todos nuestros problemas se evaporen y alcancemos esa ansiada felicidad.

Lo más difícil de una adicción, es sin duda, superarla. Y para ello, se necesita mucho más que voluntad o buenas intenciones. El éxito reside en querer con todas tus fuerzas mejorar y dejarla atrás.
El problema viene cuando esa adicción se convierte en una obsesión, y ya no puedes dominarla, pues es a ti, y solamente a ti, a quién maneja como una marioneta. Ese es el momento en el que sólo vives para y por tu adicción.

Para superarla, es necesario haber tocado fondo. Reconocer  que esa no es la solución a nuestros problemas, aunque ¿cómo sabes que has tocado fondo, si dejarlo duele mucho más que la propia adicción?