martes, 18 de noviembre de 2014

Y si no, también.

Últimamente me ronda la misma idea sobre las trascendencia. Por qué las personas anodinas tenemos que vivir.
A veces, y durante un rato, saltaría por la ventana. Solo para ver mi materia esparcida por el suelo. ¿No crees? Absurdo. Eso sería absurdo.
Solucionar una vida triste con un acto aún más. Pero ya no sé qué me queda.
Las calles son un cajón de sastre, y cuando los hilos se me enredan, me caigo al suelo, con la buena suerte de partirme los dientes y así no sonreir más.
Ridículo. ¿No crees?
Totalmente ridículo. Y aún encima te ríes. Pero qué vas a hacer si no. Al resto de seres insignificantes, les aburre la tristeza.
Entonces, si a mí no me aburre, ¿es por qué soy significante? No, no lo creo.
El día que den premios a las lágrimas más oscuras, ese día, no se me ocurrirá ni por asomo, ver mi cara contra el asfalto.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La luz al principio del tú.

La linterna, como un faro,
alumbró la noche,
y la luna,
fue nuestra luna,
la más brillante.
Y surgió una declaración de guerra:
nunca más tembló el pulso
desde la vista del Vesubio,
donde alguien contempló nuestra tragedia.
Y como brillantina
no me mirarán las estrellas.
Se reirán de tu sonrisa,
y pagaremos mis cuentas,
fusilarse las pestañas
y pedir por ti en un poema:
de verdad,
lo prometo,
nadie se creerá nuestro secreto.

(Para todos los gatos que acampan 
en los tejados esperando su porvenir.)