lunes, 27 de octubre de 2014

Relatividad muy relativa.

Ayer sentí un temblor. Algo parecido a un terremoto. Pero más pequeño. Y más grande. El aire viciado se colaba por una rendija de la ventana, envolviendo mi cuerpo en un extraño sopor. Hacía un calor asfixiante, el sudor me recorría la columna, y arrastrándome por el sofá, acabé en el suelo.

D. me buscaba con la mirada.
No podía hablar. Hacía tiempo que su voz había perdido todo el color, la forma, y rara vez inundaba mi espacio. Puso los ojos en blanco a la vez que bostezaba.

Dando tumbos por el suelo, le hice señas. La habitación se contoneaba y yo no podía hacer nada.
D., abre la puta ventana.

Una fina capa de polvo se posó sobre nuestros cuerpos. Me rendí a la soledad del silencio. Ya no esperaba ningún cambio. Nos estábamos muriendo.
D., no quiero morir.

Pero D. lloraba sobre la mesa. Sus ojos decían que lloraba, porque no emitía ningún sonido.

Fue entonces cuando la habitación dejó de danzar para trasladar el sinuoso movimiento a mi cuerpo. Noté un pinchazo que me erizó de la cabeza a los pies. Y comencé a retorcerme.
En ese momento ví el aire, transparente, amargo. Probé el sudor del dolor, y grité.
D. me miró como si no me conociese.

Gesticulé como pude, pidiendo ayuda, esperando que me levantara. Pero D. no quería verme. No quería verse.
Intenté emitir un aullido, pero tenía la lengua espesa, la garganta me sangraba.

D. rompió todos los espejos que encontró. Hizo dos montones y hundió sus puños, reflejando la grotesca escena en su piel.
Me dijo: que le jodan a la suerte.
Y yo me desmayé.

En un sueño ví el rostro de A., B. y C.

Cuando desperté hoy, sentí el impulso de preparar seis tazas de café.

domingo, 19 de octubre de 2014

Ojalá.

Me asomé por el balcón donde le ví alejarse por última vez. Es triste ver marchar a alguien que sabes que no vovlerá. Tal vez más triste que un adiós, porque un adiós es hasta siempre, pero caminar, caminar es hasta vete a saber.

Incliné mi cuerpo por la barandilla. Suspirando. Exalando todo el aire de mis pulmones y sustituyéndolo por humo. Había empezado a fumar otra vez, y ni siquiera sabía muy bien cómo el tabaco había entrado en mi vida de nuevo. Supongo que era una forma de llenar su vacío, aunque fuera con alquitrán.
Todo seguía en el mismo sitio, sólo que ahora estaba sucio. Pero una suciedad triste y marchita, que parecía llorar conmigo. Las sillas habían comenzado a oxidarse, y la mesa clareaba por el sol. Había telarañas cubriendo los maceteros, ahora vacíos, y una fina capa de pelusilla y restos de cal por el suelo. Pendiendo de la barandilla, dos tiestos con lo que fueron exuberantes hortensias y unos geranios más disecados que mi corazón. Tiré la colilla a la calle esperando darle a alguien y volví al sofá. Cerré con fuerza la puerta de cristal que separaba el comedor de la terraza y me juré a mi misma que seguiría así un buen tiempo, cual caja de Pandora.

Caí a cámara lenta sobre el florido estampado de mi sofá de segunda mano, y observé a mi gato. Estaba sobre la televisión, refrotándose contra el mueble. Le lancé una zapatilla y él un bufido. Estábamos en paz. Correteó por el suelo y desapareció por el pasillo.
Jugueteé con las puntas de mi pelo hasta que me cansé y seguí con la mirada fija en el techo. Sin hacer nada. Sin pensar en nada. Antes me habría parecido una locura. Sentarme en el sofá y no hacer nada más que respirar. Pero ahora, ahora me parecía totalmente racional.

Sonó el teléfono y me hice de rogar. Lo tenía ya en las manos, pero sin embargo, dejé que diera tres toques más hasta descolgar. Me quedé en silencio.

-¿Hola?

-¿Sí?- inquirí

-¿Sara?

-La misma.

-Hola, hola. Soy Marcos. No me cuelgues, por favor.-dijo suplicando

Suspiré tan alto que podría haberse confudido claramente con uno de los bufidos de aquel estúpido gato.

-Solo quería saber qué tal te va.

-¿Que cómo me va?- Estupendamente.- contesté de la forma más cortante que pude.

-Me alegro, me alegro muchísimo. Esto, bueno, sí. Te he llamado porque, bueno, no sé. Estoy cerca de tu casa, igual te apetece tomar algo, charlar.

-No estoy en casa- mentí.

-Esto.. Bueno, he pasado y te he visto en la terraza. Entiendo que no quieras verme, es solo que, no sé.

Antes de que continuara balbuceando de aquella forma tan patética, acepté su oferta. Llamémoslo pena, llamémoslo curiosidad.

-Sube, anda.

Diez minutos después le tenía bajo el umbral de mi puerta. El gato salió disparado y comenzó a ronronear bajo sus pies. Él se agachó y le acarició, hablándole como hablan las madres a los bebés de sus amigas.

-¿Pasas o qué?

Me dí la vuelta y avancé hacia el salón. Podía oir sus pasos tras de mi.

-No ha cambiado nada, está todo igual.

-Ha cambiado todo.

-Sara, por favor... Seamos amigos... Te he echado de menos.

-Yo a ti no. A ver si me explico. Un día te largas, porque sí. Y ¿ahora vienes con que seamos amigos? No te entiendo.- me levanté del sofá alzando progresivamente el tono.- ¡No lo entiendo! ¿Qué quieres de mí? ¿Qué me olvide de todo? ¡No! Las cosas no funcionan así.

Sin darme cuenta estaba llorando a moco tendido. Volví a sentarme y me tapé la cara con las manos. Odiaba que me vieran llorar. Pero Marcos, se quedó inmóvil, como si aquella escena se hubiera repetido tantas veces en su mente. Me alargó un cigarrillo y lo acepté. Traté de calmarme fumando, sin mediar ninguna palabra más allá del humo. Él me miraba con tristeza, quizás arrepentimiento. Y yo, yo le odiaba. Por irse. Por irse y dejarme. Y me odiaba. Por haberle dejado ir. Por no haberme tirado desde el balcón cuando lo alumbró la última farola de la calle.

-Sara, lo siento. No sé que hago aquí. Lo siento.- su voz se volvió más apagada.- No tengo excusas, ni explicaciones, ni siquiera he pensado en como disculparme. Sinceramente pensaba que en cuanto me vieras me darías un puñetazo y me matarías en el acto.

Sonreí levemente, aunque cuando me dí cuenta volví a mostrar mi desacuerdo en sus palabras.

-No está bien. No puedo ser tu amiga. Ni perdonarte. Lo arruinaste todo. Me prometiste que estarías ahi y te fuiste. Como pude ser tan tonta...

-No fue tu culpa. Ni siquiera sé si fue mía. Las cosas pasan, la gente cambia, y la vida sigue. Y supongo que si que tengo una razón para estar aquí.

Torcí el gesto. Sentía rabia, odio, y unas irremediables e irrefrenables ganas de besarle. De acariciarle. Y de sentir que era mío otra vez.

-Me voy a casar.

Algo se rompió de nuevo. Sólo noté el golpe, lo demás, está borroso. Continuó hablando, me acarició el hombro, y sonrió. No lo recuerdo. Tampoco recuerdo por qué le dije que estaba embarazada. Pero no se sorprendió. Apuntó un número de teléfono en un papel y lo dejó sobre la mesita de centro. Después, Marcos me dio dos besos y desapareció de nuevo. No lo recuerdo. Solo dolor. Me quemaba el pecho. El golpe, que golpe.

Salí corriendo al balcón y le ví alejarse. De nuevo. Pero esta vez se giró y alzó la mano sonriendo. Le devolví el gesto y me metí dentro de casa.

Quizá la mentira era la única forma de reterle junto a mí otra vez. Quizá todo podría estar bien. Quizá tendría mi para siempre. Me levanté la camiseta del pijama y acaricié mi vientre. Quizá no me equivocaba, pero solo quizá, no lo sé.

viernes, 10 de octubre de 2014

Lo que era posible.

Es sólo a ratos, y es sólo a veces.
Pero es ese rato el que hace esa vez.
Y esa vez lo que hace hoy.

Aunque hoy sea como hoy,
no lo cambio por nada.